Leer es uno de los grandes placeres intelectuales de que puede disfrutar el ser humano. Abre horizontes, aporta ideas, muestra la vida, historia y cultura de las civilizaciones, antiguas o modernas, ayuda a pensar, hablar y escribir con corrección (en lengua propia o ajena), responde preguntas y suscita otras, ejercita la memoria, provoca risas y llantos, motiva y anima a acometer empresas ambiciosas. Enseña mucho sobre la naturaleza humana: un libro bien escrito por un autor con la suficiente perspicacia psicológica permite a cualquiera comprender y ponerse en la piel de una anciana, un oficinista aburrido, un vagabundo o una multimillonaria. Leemos para darnos cuenta de que no estamos solos, afirma CS Lewis en el pasillo de un tren en Tierras de Penumbra. Se trate de una cita verdadera o apócrifa, la frase encierra una gran verdad. A través de los libros comprobamos que otros han pasado por los problemas, incertidumbres, momentos de confusión, perplejidad o desaliento, alegría, euforia o excitación, que experimentamos cada uno a lo largo de nuestra vida.
La inabarcable disponibilidad de libros a nuestra disposición – desde las obras de Homero hasta el último best seller de Baldacci – dificulta saber qué elegir para enriquecer nuestro bagaje literario. Además, el número inmenso de libros publicados cada año compite con otras formas de pasar el tiempo que ocupan cada vez más los ratos de ocio en nuestra sociedad, como la televisión, el cine (y muy en particular las series) y las redes sociales. Por otra parte, las nuevas generaciones no parecen caracterizarse por un amor desmedido a todo aquello que supere los 140 caracteres o no pueda ser compartido en Whatsapp o Instagram. Y la denostada tecnología que nos bombardea con Twitter ha inventado el e book, comodísimo para los que antes nos íbamos de vacaciones con la maleta llena de libros. Gracias a las ventajas y pese a los inconvenientes que ofrecen los tiempos que corren, la lectura siempre continuará ocupando un papel preferente entre las formas de aprender, mejorar la cultura, entretenerse y descansar. ¿A quién no le apetecería sentarse en uno de los cómodos sillones de la biblioteca de Arundel Castle (en la imagen), una de las más bonitas que he visto en mi vida, con un buen libro en una mano y un gin tonic en la otra, escuchando el crepitar de las llamas en la chimenea y el suave golpeteo de la lluvia en los cristales?
¿Qué leer? No pueden darse reglas generales. Aquí, como en todo, las preferencias, intereses y gustos de cada cual son muy variados, cambian con el estado de ánimo y evolucionan en el tiempo. A veces apetecen novelas intrascendentes, y otras profundizar en una abstrusa cuestión filosófica. Y hay personas que se aficionaron a la lectura a los cuatro años (gracias a La Ratita Presumida y El urbano Ramón, de Ferrándiz) y otras que no disfrutarán más que del Hola hasta los 80, junto con multitud de casos intermedios, que es donde, probablemente, se situará la mayoría.
Hay en la web numerosos blogs dedicados al tema. Y también existen, por suerte, numerosas recopilaciones tipo lo que uno debe leer antes de morirse. Considero especialmente interesantes la compilación que realizó hace años Pérez Reverte, y que publicó en El Semanal bajo el título Una Biblioteca (disculpas por el subrayado, son los títulos que me gustaban especialmente) y, esta otra de Pedro de Miguel, Cien novelas del s XX para su biblioteca. Han pasado tiempo desde la publicación de ambas, pero no importa demasiado porque mencionan esos libros que no pasan nunca de moda. Aunque probablemente en ambas habría que añadir Patria, de F. Aramburu.
A continuación quiero detenerme en algunos autores más o menos recientes (del siglo XIX a nuestros días) y fundamentalmente anglosajones (con alguna excepción). Para bien o para mal, son mis preferidos. Dejamos para otro día a los autores patrios, las últimas novedades (para estar al tanto puede ser interesante la página web de la librería Troa) y la literatura de otros países.
Al ser humano del siglo XXI le resulta un tanto dura, larga y tediosa la literatura del XIX, pero hay novelas de esta época que rayan la perfección en el fondo y en la forma, y no pueden faltar en una buena biblioteca: Orgullo y prejuicio de Jane Austen, David Copperfield, La casa desolada y Nuestro común amigo de Dickens, El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, Crimen y Castigo y Los hermanos Karamazov de Dostoyevski, Ana Karenina de Tolstoi, Washington Square y Retrato de una Dama de Henry James, o La Edad de la Inocencia de Edith Wharton, por citar solo algunos. Por supuesto, la mayor parte de las restantes obras de todos estos autores son auténticas joyas, muchas de ellas poco conocidas.
Al principio del siglo XX destacan dos autores a ambos lados del Canal de La Mancha. En Reino Unido, Evelyn Waugh, profundo y melancólico en la maravillosa Retorno a Brideshead, sarcástico y muy divertido en Noticia Bomba o Merienda de Negros. En Francia, y gracias a traducciones recientes, hemos descubierto a la brillante Irène Némirovsky, de vida desgraciada pero aguda inteligencia, lo que le permitió dejar un espléndido legado literario, con grandes obras como Suite Francesa y deliciosos relatos cortos como El baile. Por supuesto, sería injusto olvidar a otros grandes autores de esta época, como Bernard Shaw, TS Elliot, Chesterton, Tolkien o CS Lewis, y otros no tan inmensos pero interesantes, como Vita Saville-West (Toda pasión apagada).
Y, por supuesto, si cruzamos el Atlántico encontramos asimismo escritores de gran calidad, que reflejan con maestría el mundo de su tiempo, como Scott Fiztgerald (El Gran Gatsby, Suave es la noche, y su interesante autobiografía), el Nobel Steinbeck (De ratones y hombres, Las uvas de la ira, Al este del Edén) y Hemmingway (El viejo y el mar, Adiós a las armas, Fiesta, Por quién doblan las campanas, estas últimas de especial interés para los españoles). Un poco posterior es Truman Capote (Breakfast at Tiffany’s) y, ya en nuestros días, pero comparable a los anteriores por su crítica corrosiva de la sociedad que le rodea, Tom Wolfe y su Hoguera de las vanidades (siempre me he preguntado si el título es un guiño a Thackeray y su ácida Feria de las vanidades, ambientada en la Inglaterra del siglo XIX).
Mención aparte merece George Orwell. Para muchos, 1984 es una de las mejores novelas del siglo XX. Pertenece al género ahora conocido como distópico, que refleja un mundo aparentemente feliz pero que reprime y utiliza sistemáticamente a sus ciudadanos a conveniencia de sus gobernantes. 1984 describe un Londres horripilante, enclavado en un estado ficticio, Oceanía, gobernado por un estado totalitarista y colectivista en el que no cabe el pensamiento libre. Por cierto que 1984 (y no Mercedes Milá) es también el creador del Gran Hermano, un ser omnipresente en nuestras vidas (algo así como lo que vimos en El Show de Truman) y líder de Oceanía. Para sorpresa de muchos, e intriga de otros, el libro ha vuelto a convertirse recientemente en best seller.
George Orwell no sólo era inteligente y visionario sino que, como buen británico, manejaba la pluma con un gran sentido del humor, sutil y sarcástico, como puede comprobarse en otra de sus obras más conocidas, Rebelión en La Granja, libro que, a mi modo de ver, debería ser de lectura obligatoria en los colegios de todo el mundo y, por supuesto, de España.
La novela histórica disfruta de una edad dorada. En España sobresalen, por citar algún nombre, Santiago Posteguillo – con sus excelentes triologías sobre Escipión y Trajano – y Jesús Sánchez Adalid, autor de El mozárabe y El cautivo. Entre los autores extranjeros, son imprescindibles Robert Harris, con sus magníficos Enigma (dio lugar a la película The imitation game) y su trilogía de Cicerón, y el espectacular Rutherfurd, con sus fantásticas descripciones de la historia de ciudades y países (Londres, Dublín, París, Rusos, Sarum, Nueva York) que permiten aprender historia de un modo ameno. Philippa Gregory (The White Queen, The White Princess) resulta muy interesante para conocer el turbulento final de la Edad Media en Inglaterra. Narra con habilidad la Guerra de las Dos Rosas, el enfrentamiento entre los Lancaster y los York, y el ascenso al trono del primer Tudor, un commoner de dudosa sangre real, el implacable Enrique VII, digno padre de su sanguinario hijo Enrique VIII.
La novela policiaca y/o negra anglosajona ha proporcionado excelentes ratos de evasión a buena parte de la humanidad: desde los clásicos del siglo XIX, donde ocupa un lugar primordial Conan Doyle, nuevamente de moda gracias al Sherlock de Benedict Cumberbatch, hasta la injustamente despreciada Agatha Christie (mujer muy culta que describió como nadie la sociedad inglesa de su tiempo, apasionada de la arqueología y experta en venenos y en la naturaleza humana gracias a su gran perspicacia psicológica), Ngaio Marsh y, más recientemente, JF Rowling, tan hábil en la literatura para adultos (con su serie sobre el detective Cormoran Strike) como para niños, Ann Cleeves y sus estupendas descripciones de la vida en las islas Shetland, y el escocés Rankin y su huraño inspector Rebus. Más cerca del thriller, quizá, se puede situar a Jeffry Archer (autor de Caín y Abel y de otras obras muy entretenidas como El Cuarto Poder) y a Ken Follet, muy conocido gracias a la trilogía comenzada con Los pilares de la tierra.
En Escandinavia, donde existe una larga tradición de novela negra, no podemos olvidar a Mankell y a su inolvidable antiheroe Wallander, siempre escaso de sueño, con la nevera semivacía (lo poco que hay está caducado) y un lamparón en la camisa, pero hábil, tenaz y sobre todo gran líder: se puede aprender mucho sobre el trabajo en equipo en sus novelas. Camila Lackberg (La princesa de hielo) es ya otro clásico del género, lo mismo que el noruego Jo Nesbo. Diez nórdicos imprescindibles: el fenómeno de la novela policíaca es interesante para profundizar en este ámbito.
EEUU produce actualmente best sellers por toneladas. Es difícil seleccionar de entre tanta oferta. Desde luego, ninguna lista estaría completa sin John Grisham, que es una categoría en sí mismo: inteligente, sarcástico, fácil de leer, ingenioso, oportuno en el tratamiento de temas de actualidad y siempre ameno, ya sea describiendo a los abogados y bufetes, grandes o pequeños, de ricos y de pobres, de Wall Street o de la América sureña (La trampa, El rey de los pleitos, El socio), los tiburones financieros (La tapadera) o el sistema judicial americano (El jurado). Entre las novelas policíacas, me quedo con Michael Conelly y su solitario y un punto enigmático detective Bosch (que ya está en la pequeña pantalla). Existen también obras más light y cercanas al thriller, que no son mala solución para momentos de espesura mental, playa o piscina: desde los avatares de alguna de las heroínas de Mary Higgins Clark, exquisitamente vestidas de Gucci, hasta la intriga política de Baldacci.
La novela de espías es otro género apasionante, dominado con maestría inicialmente por Graham Greene (El tercer hombre) y más tarde por Frederick Forsyth (ha llovido mucho desde Chacal, pero sigue produciendo obras magníficas, como El afgano) y Le Carré, aunque confieso que este a veces me resulta un tanto críptico. Si es también el caso del lector del post, que no se pierda El topo, lograda versión cinematográfica de Tinker, Tailor, Soldier, Spy, o la miniserie de la BBC The night Manager (traducida al castellano como El infiltrado).
Me he dejado muchísimo en el tintero. Pero el tema es inagotable. Y tengo que cerrar ya este post, porque me espera Posteguillo y el último tomo de Publio Cornelio Escipión, que me tiene fascinada.
Pingback: ¿Qué leer? – Auténticas
Pingback: La nueva Rebelión en la granja | blancasanchezrobles
Muy buenas recomendaciones. Aunque haría falta toda una vida y otra más para poder leer todo lo interesante. Hay un tipo de literatura que viene muy bien para desenganchar cuando hemos leído algún libro de estos y hay que desenganchar un poco el cerebro. Me encanta después de leer este tipo de libros engancharme a las típicas novelitas de Nora Roberts, esas trilogías de amor y pasión en los Highland que te hacen desconectar de todo y no pensar absolutamente en nada. Gracias por las recomendaciones.
Muchas gracias por tu comentario, india. No he leído nada de Nora Roberts, tomo nota. Muchas gracias por la sugerencia.