¿Se han enterado realmente los británicos de las consecuencias del Brexit?

En opinión de Michael Barnier,  jefe de la delegación negociadora de la UE, la respuesta a la pregunta expresada en el título es No o, al menos, No del todo.

Barnier ha pronunciado hoy un duro discurso en Bruselas que puede entenderse como un nuevo aviso a navegantes, en este caso de Reino Unido (R.U). Por enésima vez, les advierte de que un no acuerdo sería un escenario lose-lose, en el que los mayores perdedores serían los británicos, de modo que es necesario acelerar las negociaciones y, sobre todo, aclarar las posiciones que se mantienen al otro lado del Canal de la Mancha.

Y no se logran avances sustantivos en las conversaciones con la UE, quizá porque parte de Downing Street y de la opinión pública británica sigue creyendo que se puede estar pero no del todo, es decir, salir del Mercado Único pero conservando sus beneficios y llevando a cabo un comercio sin fricciones, expresión original pero abstrusa y que, en la práctica, debe querer decir (imagino) evitar los aranceles.

R.U. sí ha definido varias líneas rojas respecto a la relación futura con la UE: fin del libre movimiento de ciudadanos comunitarios, plena autonomía de las leyes británicas, margen de maniobra total  para la firma de acuerdos comerciales por parte del país, y no sujeción a las resoluciones del Tribunal Europeo de Justicia.

La UE insiste en que estas pretensiones son incompatibles con su permanencia, no solo en el Mercado Único, sino también en la Unión Arancelaria. En particular, Bruselas ha defendido explícitamente  tres puntos:  a) las cuatro libertades de movimiento que consagró el Mercado Único (bienes, servicios, capital y personas) son indivisibles, b) no se puede escoger participar en el Mercado Único y eludir  aranceles para unos sectores – por ejemplo, servicios financieros o automóviles-  y no para otros (el famoso cherry picking, en expresión muy inglesa) y c) la UE debe mantener plena soberanía para regular lo que considere oportuno.

La síntesis de ambas posiciones es clara: si R.U. mantiene sus líneas rojas, saldrá automáticamente del Mercado Único y de la Unión Aduanera, lo que puede acarrear consecuencias deletéreas para la economía británica.

Una vez consumada la salida, los intercambios  entre UK y la UE, que suponen el 50% del comercio internacional británico, se verían sujetos a aranceles (en muchos casos del 10% o superiores) y controles en frontera, aspecto este del que no se habla tanto pero que entraña graves peligros para buena parte de las empresas británicas:  estos controles perjudicarían considerablemente a las compañías que operan con modelos de negocio just in time, retrasando las entregas de componentes 3 o 4 días,  complicando la logística y encareciendo los costes de almacenaje y transporte. Esta cuestión no es baladí, ya que la mayor parte de la literatura reciente sobre comercio internacional ha resaltado que los costes de transporte son un determinante decisivo de las exportaciones e importaciones. Es fácil concluir que muchas de estas firmas perderían la batalla frente a los competidores potenciales de otros países.

Por otra parte, Barnier ha dejado claro que las conversaciones sobre posibles convenios comerciales, que los británicos quieren acometer cuanto antes, no comenzarán hasta que exista un acuerdo en cuanto al coste de la salida, que podría ascender a 100.000 millones de euros; es este un asunto en que los británicos mantienen una postura sui generis y completamente distinta de la europea, puesto que opinan que sus obligaciones financieras terminan con su salida de la UE; no sería de extrañar que, en el fondo, estos argumentos supongan simplemente ganar tiempo con vistas a soslayar la cuestión. También es preciso que Londres aclare cuanto antes su postura respecto a Irlanda del Norte y a los derechos de los ciudadanos comunitarios de terceros países (único punto en el que sí ha existido un cierto amago de concesión por parte de R.U.).

Llegados a este punto, uno se pregunta ¿qué está fallando en los negociadores británicos? Es posible que falte realismo y flexibilidad y sobre arrogancia, lo que por cierto no es nuevo en la historia del Brexit.

Cameron convocó un referéndum (para solucionar un problema político interno) con la seguridad de que lo ganaría, y recorrió las cancillerías europeas perdonando la vida a los restantes países de Europa y transmitiendo la idea de que eran ellos los que perdían si R.U. abandonaba la UE. Por cierto ¿dónde estaban los Embajadores de la Corte de San Jaime, que no supieron alertar al Primer Ministro de cuál era el ambiente que se respiraba en el resto de Europa, muy distinto al que él imaginaba? (porque precisamente para ese tipo de cuestiones existen los Embajadores y Cuerpos Diplomáticos). Arriesgó y se equivocó, porque el referéndum no salió como esperaba.

A continuación, el 18 de abril, Theresa May convocó elecciones anticipadas para el 8 de junio pasado, en la hipótesis de que aumentaría su ya abultada mayoría en la Cámara de los Comunes (330 diputados, cinco más que los necesarios para la mayoría absoluta, y 101  más que el Partido Laborista) y estaría en mejores condiciones para negociar el Brexit desde una oposición de fuerza basada en un abrumador apoyo parlamentario. Casi todos los pronósticos coincidían en que May arrasaría en las urnas, y lograría unos 60-85 diputados más, a costa de los 80 que perderían los laboristas y el Partido Nacionalista Escocés (SNP).

Pero, ¡oh sorpresa!, la conjunción planetaria no se produjo (ya había ocurrido hacía menos de un año con el referéndum sobre el Brexit) y los conservadores comprobaron de nuevo que en política, como en muchos otros ámbitos, las opciones arriesgadas –  adelantar tres años las elecciones cuando no es imprescindible – conllevan un precio, a veces muy doloroso.

Una deslavazada campaña electoral, una pésima gestión de los atentados terroristas, un sorprendente buen resultado para Corbyn, dentro de lo que cabe, y nuevamente llanto y crujir de dientes en Downing Street. Gran desconcierto, suma sorpresa, pronósticos fallidos… yo misma tuve que tragarme mis palabras pronunciadas en un mini video casero previo a las elecciones, en el que afirmaba que, salvo cataclismo, May conseguiría la mayoría absoluta. Pues bien, el cataclismo (algunos usarían la expresión más moderna y pedante de tormenta perfecta) ocurrió, y por poco se lleva por delante a la Primera Ministra.

Los sondeos sólo acertaron en un punto: el Partido Conservador resucitó en Escocia y el SNP se desinfló (algo muy positivo para los británicos y el resto de la humanidad no independentista). Y, por supuesto, las negociaciones del Brexit se pusieron muy cuesta arriba para la delegación británica, que debería haber reducido sus expectativas de modo considerable.

A la UE le ha ocurrido lo contrario. Aunque las interpretaciones de las consecuencias del descalabro conservador son múltiples, en mi modesta opinión Bruselas posee ahora mucha más munición para imponer su agenda, sus tiempos y sus condiciones, lo que es una buena noticia para los países que conformamos la Unión.

La marcha (a trompicones) del proceso no deja de producir perplejidad. ¿Por qué no se han percatado de estos hechos los negociadores de R.U.? O, si lo han hecho, ¿por qué no se está notando en la mesa de negociaciones? ¿Falla su táctica, su estrategia, o ambas?¿Desprecian la habilidad de los denostados burócratas de Bruselas?  ¿Piensan que el paso del tiempo dulcificará la postura de la UE? ¿Se apoyan en el derecho común anglosajón para mantener una postura de calculada ambigüedad? ¿Han recibido un cursillo acelerado de cómo mantenerse en el  No es no de Pedro Sánchez? Los británicos han sido siempre grandes negociadores, pero esta cualidad implica saber ceder y realizar concesiones con vistas a conseguir el mejor resultado (o el menos malo) posible. ¿Han olvidado este punto del Manual del Buen Negociador?

Es difícil responder a estas preguntas con rotundidad. Posiblemente haya un poco de todo. En todo caso, volvemos al punto del que partíamos: es urgente que R.U. se de cuenta de que el gran perdedor, si las negociaciones no llegan a buen puerto, es fundamentalmente él, y que obre en consecuencia. No creo que esto sea fácil, sin embargo. Las relaciones del Reino Unido con la Unión Europea nunca han sido fluidas ni fáciles, y no parece que, en el sombrío momento de la despedida, la situación vaya a cambiar. Triste, pero cierto.

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