Es ya tradicional que los líderes mundiales de la política, la empresa y las finanzas se den cita en la pintoresca ciudad suiza de Davos a finales de enero, con el fin de debatir la situación y perspectivas de la economía. A esta edición, sin embargo, y por motivos relacionados con las circunstancias en sus países respectivos, no asistieron Trump, T. May, Putin o Macron, lo que dio lugar a una reunión un tanto descafeinada. O quizá es el formato, que se está agotando.

La institución convocante es el Foro Económico Mundial, o World Economic Forum, que publica desde 1979 el relevante Global Competitiveness Report y estudia y analiza las últimas tendencias en la economía mundial.
Contexto general
El Foro de Davos de 2019 se ha reunido en un marco de preocupación por el descenso en la tasa de crecimiento de un gran número de países, de lo que ya han alertado organismos como el FMI y la OCDE, y que ya se comentó en este post sobre las perspectivas para 2019. Bien es verdad que, en estos momentos, algunos de los riesgos que inducían al pesimismo no parecen tan acuciantes. El Vicepresidente chino trató de disipar los temores sobre una bajada del crecimiento en el gigante asiático y aseguró que su país seguirá manteniendo una tasa elevada de evolución del PIB. De otra parte, el precio del petróleo muestra una evolución más moderada que la que se anticipaba, y se encuentra ahora en torno a los 58-60 dólares el barril, lejos de los casi 80 que alcanzó en octubre de 2018.
El título de esta edición es Cómo diseñar una arquitectura global en tiempos de la cuarta revolución industrial o, mas brevemente, la denominada «Globalización 4.0».
Brexit, en punto muerto Los avances 4.0 y los empleos La inquietud de los empleados
De acuerdo con numerosos expertos, la globalización se encuentra en un momento muy delicado. De una parte, asistimos a los difíciles equilibrios en el comercio mundial y los nuevos brotes proteccionistas. De otra, crecen el debate y la controversia sobre las empresas globales, fundamentalmente tecnológicas, y el modo en que su actividad debe regularse, sobre todo en lo relacionado con la privacidad.
Y, como mar de fondo, se alzan opiniones que sostienen que los gobiernos deberían ayudar a los perdedores de la globalización mediante políticas redistributivas, sin destrozar, eso sí, los efectos positivos del aumento de las relaciones económicas entre países, que ha permitido salir de la pobreza a millones de habitantes de los países en desarrollo (estas opiniones, por cierto, no detallan cómo conciliar subidas de impuestos y crecimiento).
Además, el aumento de impuestos directos por el que abogan entra en conflicto con las recomendaciones recientes del FMI y la OCDE, que invitan a reducir el tamaño del gasto público y el estado mediante la aplicación de reformas estructurales. Tampoco coinciden con una ingente evidencia empírica que muestra que aquellos países donde el peso del estado es mayor alcanzan, por lo general, menores cotas de prosperidad. ¿No es mejor apostar por eliminar la burocracia y los desincentivos a la creación de empresas? Nos hallamos, en el fondo, ante las disyuntivas de siempre, liberalización frente a intervención, con los matices nuevos que entrañan los cambios en la forma de pensar y de actuar ocurridos en las primeras décadas del nuevo siglo y los avances tecnológicos pasados y futuros.
Comercio mundial y globalización
La situación del comercio mundial preocupa, y mucho. No es una novedad. Ya se hizo explícita la inquietud en la anterior edición del Foro de Davos, en 2018, como explicamos aquí, y las perspectivas en este ámbito no han mejorado.
La subida de aranceles entre EEUU y China ha comenzado ya a impactar negativamente el crecimiento de ambas economías, y a afectar a otros países. Era esperable, puesto que las cadenas de valor de las empresas, hoy en día, se componen de elementos y etapas situados en diferentes lugares. Un aumento de precios de una materia prima exportada por China puede incidir negativamente en el coste de producción de una empresa sueca, y así sucesivamente. Y no se descartan nuevas subidas arancelarias. La alarma es máxima en los países emergentes. El ministro indio Kamal Nath lo ha expuesto en Davos de modo gráfico, aunque quizá un tanto exagerado: «El nuevo orden global es el desorden global, y no solo en cuanto al comercio».
Por otra parte, no hay progresos en el Brexit, más bien al contrario. ¿O quizá sí? El tema es tan complejo, poliédrico y enmarañado que no es fácil dilucidar si la situación ha mejorado desde hace un año o no. ¿Estamos más cerca de un segundo referéndum? Si este es el caso, ¿ganarán los partidarios de seguir en la UE? ¿Se convocarán en un plazo no muy lejano elecciones generales? Son incógnitas en las que ni siquiera se puede profundizar en el breve espacio de estas líneas. Baste decir que lo que comenzó en 2015 como un asunto entre Londres y la UE ha generado a día de hoy una crisis política interna y un embrollo doméstico de difícil solución. Wait and see, no cabe mucho más. Por lo menos, es una buena noticia que, como insinuó Phillip Hammond en Davos, y se ha confirmado el 29 de enero en el Parlamento, los británicos prefieren evitar una salida sin acuerdo o no deal.
Empresas tecnológicas y gobiernos
Otro tema que ha ganado gran protagonismo en el Foro de 2019 es la política que debe seguirse con las grandes empresas, fundamentalmente tecnológicas. Se detectan aquí dos visiones encontradas respecto a este fenómeno. Una de ellas, denominada por algunos tecno-optimista, acentúa las grandes posibilidades de la llamada Cuarta Revolución Industrial, y en particular de avances vinculados al Big data, Internet de las cosas e Inteligencia Artificial, que permiten sustanciales incrementos en la productividad y mejoras en el nivel de vida de los ciudadanos.
Otro enfoque más pesimista, en cambio, y quizá dominante en la opinión pública, destaca el posible efecto negativo de las nuevas tecnologías en los empleos o en la transmisión de la información. De acuerdo con el Edelman Trust Barometer, al 73% de la población le preocupa el uso interesado de las fake news, por ejemplo.
El enfrentamiento de los taxistas con Uber y Cabify que vemos estos días en Madrid es un tema complejo y en el que influyen múltiples factores. Uno de ellos está vinculado a la defensa del modelo tradicional por parte de los taxistas, que se sienten amenazados por competidores que operan con otros esquemas y usan de modo intensivo las nuevas tecnologías.
Ambas posturas frente a la tecnología, optimista y pesimista, son respetables. No obstante, la Historia muestra que la tecnología siempre ha conducido a niveles mayores de prosperidad, aunque los reajustes a corto plazo se temieran por algunos. Recordemos las actuaciones de los luditas o de los obreros textiles franceses en el siglo XVIII, inutilizando con sus zuecos o sabots las máquinas que, según pensaban, iban a conducirles a la pobreza, y dando lugar al nacimiento de la palabra sabotaje. Si se hubiera hecho caso a los luditas, o a los conductores de diligencias a principios del siglo XX, o a las empresas productoras de faxes o vídeos décadas más tarde, es difícil saber en qué punto estaríamos ahora mismo. Los avances técnicos generan oportunidades en unos sectores al emplear tecnologías nuevas que convierten en obsoletos algunos procesos, bienes y servicios, (ya lo dijo Schumpeter al hablar de la destrucción creativa) pero el efecto final neto para la sociedad es positivo. A no ser que queramos volver a la época amish, claro.

En todo caso, no cabe duda de que se pueden plantear conflictos entre el uso, por ejemplo, del Big Data o la Inteligencia Artificial, y la privacidad de los ciudadanos. Quizá sea útil que Google conozca nuestra posición en cada momento y nos envíe las alarmas correspondientes relativas al tiempo atmosférico o al tráfico en nuestro entorno, pero a muchas personas les inquieta, con cierta razón, que sus coordenadas espaciales en cada momento sean públicas. El uso de Big Data en Medicina puede acelerar los diagnósticos y salvar vidas; a cambio, no obstante, quedan expuestos datos confidenciales de muchos ciudadanos.
El CEO de Apple, Tim Cook, ha apuntado otra dificultad adicional al poner de manifiesto que muchos de los ataques a la privacidad no son detectables, porque se producen en unos mercados secundarios de información que operan en el marco de la economía informal y, por tanto, de modo ilegal o al menos alegal.
El conflicto también difiere por regiones geográficas. En Occidente los gobiernos son partidarios, en general, de salvaguardar la privacidad de los ciudadanos y de una regulación menos invasiva para las empresas. China, en cambio, opta por un modelo más centralizado y controlado desde el gobierno, que permita explotar las ventajas de la Inteligencia Artificial a costa de una intromisión mayor en la vida de los habitantes del país.
Estos y otros temas se han debatido intensamente en Davos 2019 sin conseguirse grandes consensos, por lo que es difícil realizar un balance final de la reunión.
¿Se ha avanzado realmente en el diagnóstico, análisis y diseño de soluciones durante los días de la cumbre? Lo sabremos a lo largo de los próximos meses.