La economía en 2023: crecimiento, inflación y tipos de interés

¿Qué nos deparará la economía en el nuevo año? Hay tres cuestiones clave: el marco general de crecimiento, la trayectoria de la inflación y los tipos de interés y la evolución de las economías emergentes, sobre todo China. Como suele ocurrir en economía, están interrelacionadas, lo que aumenta la complejidad (y también el interés) del análisis.

El marco general

En 2023 habrá crecimiento económico pero no mucho. El endurecimiento de las condiciones financieras, la ralentización del crecimiento en China y la crisis del gas en Europa afectarán negativamente a la evolución del PIB. JP Morgan estima un ritmo de crecimiento para la economía mundial del 1,6%. EEUU crecerá un 1%, la zona euro 0,2%, China 4% y las economías emergentes 2,9%. También pronostica que el precio del petróleo Brent será de 90 dólares por barril en 2023 y de 98 en 2024 (espera la normalización de la producción de Rusia a niveles anteriores a la guerra). El dólar continuará fuerte en 2023.

Son varios los factores que explican el débil crecimiento para 2023. Por una parte, la subida de tipos afecta negativamente a la inversión empresarial y al mercado de la vivienda, mientras que el dólar fuerte daña los márgenes empresariales en EEUU. La inestabilidad en algunos mercados y agentes financieros (sector de cripto monedas, fondos de pensiones) tampoco ayuda.

La situación en Ucrania, además, añade incertidumbre e inestabilidad. Un escenario posible es que Putin intente alargar y mantener el conflicto de modo que la crisis de la energía en Europa socave el apoyo occidental a Zelenski. En paralelo, es factible que el creciente poder de los republicanos en las cámaras estadounidenses reduzca la ayuda de EEUU a Ucrania. También es posible que las tropas ucranianas continúen sus avances. De cualquier forma, no es fácil aventurar un desenlace y menos aún su impacto sobre la economía europea y mundial.

A estos puntos se une una tendencia que va cobrando fuerza desde 2000: numerosos gobiernos ya no consideran el crecimiento económico como una prioridad en su agenda, quizá más acuciados por otros asuntos como la sostenibilidad de los sistemas de pensiones, la transición energética o las tensiones políticas. No obstante, no debe olvidarse que la falta de atención a la evolución de la productividad, al largo plazo y a las reformas de calado pasará factura y reducirá el bienestar de los ciudadanos, antes o después.

Inflación y tipos

En cierto modo, el año 2022 ha sido más estable y menos volátil que los dos anteriores, marcados por una espectacular caída de la actividad vinculada al Covid-19 y un no menos espectacular rebote, aunque ensombrecido por los cuellos de botella y los problemas en la cadena de suministros.

No obstante, el año no ha estado exento de complejidad. En 2022 nos hemos dado de bruces con el espectro de la inflación, que creíamos ya muerta y enterrada desde finales del siglo XX. En realidad la inflación comenzó a activarse en 2021: las medidas fiscales y monetarias expansivas de apoyo a la actividad frente a la pandemia mantuvieron el consumo, mientras que se multiplicaban los cuellos de botella en la oferta (asociados a problemas de transporte y suministros), lo que presionó los precios al alza, como se comentó aquí.

A lo largo de 2022 – y tras muchas dudas y algunas reticencias – los bancos centrales comenzaron a reaccionar subiendo los tipos de interés. El más agresivo fue el Banco de la Reserva Federal estadounidense, que elevó el precio del dinero casi en un 4%. Le siguieron el Banco de Inglaterra, con una subida de tres puntos, y el BCE con dos.

En otoño de 2019 el tipo de interés de referencia de la Fed se situaba en 1,5%-1,75%. Al principio de la pandemia, en marzo de 2020, la Fed bajó los tipos hasta el 0-0,25% y los mantuvo en este nivel hasta el comienzo de 2022, a pesar de que algunos indicadores de meses anteriores ya sugerían la presencia de inflación. Marzo de 2022 marcó un punto de inflexión en la política monetaria, y desde entonces la Reserva Federal aumentó el tipo de intervención en tres puntos porcentuales en solo seis meses. En diciembre de 2022 se situaba ya en el 4,25-4,5%.

El BCE ha actuado en la misma línea aunque más despacio, como se comentó en este post. El tipo oficial de las operaciones principales de financiación, que estaba en el 0%, comenzó a subir en el mes de julio pasado, hasta alcanzar el 2,5% que registra en la actualidad.

El endurecimiento de la política monetaria está justificado. La inflación no ha constituido un problema durante este siglo, de modo que es posible que nos preguntemos por qué los bancos centrales endurecen tanto las condiciones financieras, arriesgándose a provocar una recesión en sus áreas de influencia. No obstante, conviene recordar lo sucedido en las décadas de 1970 y 1980, cuando la inflación y los tipos superaban el 20% en los países desarrollados.

En aquellos momentos, las expectativas de una inflación elevada se incorporaban de forma casi automática a las negociaciones sobre contratos y salarios, que crecían en espiral, penalizando el ahorro, distorsionando los mercados y generando inestabilidad e incertidumbre en la economía. «Tenemos inflación porque la esperamos, y la esperamos porque la hemos tenido«, dijo gráficamente Friedman. Su diagnóstico certero y su predicción de que la curva de Phillips era a medio plazo vertical le otorgaron el premio Nobel. A la vez, introdujeron un sano escepticismo que cuestionaba la eficacia de las políticas keynesianas y cambiaron el paradigma en la macroeconomía teórica y en su aplicación a la política económica.

Los bancos centrales cada vez conocen y emplean con más precisión la política monetaria (ciencia y arte). Pero por desgracia todavía no conocen la dosis exacta de medicina que debe aplicarse al paciente para curar sus patologías sin demasiados efectos secundarios. Con otras palabras, hoy por hoy no hay recetas milagrosas de subidas de tipos que permitan acabar con la inflación sin provocar una caída excesiva de la actividad económica (la temida recesión). Y, en el fondo, existe un cierto miedo a que se repita lo ocurrido en 1982 (brusca subida de tipos y caída del PIB).

Un informe reciente del Banco de la Reserva Federal de San Luis indica que más de la mitad de los estados de EEUU presentan signos de desaceleración de la actividad económica. Así lo ven también los analistas de JP Morgan, que pronostican una recesión en EEUU a finales de 2023.Otro documento, esta vez publicado por el Banco de la Reserva Federal de San Francisco, sugiere asimismo la posibilidad de que EEUU entre en recesión en los próximos meses. Para ello los autores han analizado los cambios en la tasa de desempleo, que en ocasiones constituyen un buen indicador adelantado de las recesiones. La tasa de paro en EEUU, que alcanzó un mínimo del 3,5% en septiembre pasado, ha subido levemente hasta el 3,7% en meses posteriores, y ya hay proyecciones de la Reserva Federal que la sitúan en el 4,6% en 2023, lo que implicaría la pérdida de unos dos millones de empleos.

Con respecto a la zona euro, algunos expertos vaticinan una recesión suave en los meses venideros. En todo caso, el debate sobre la política monetaria más conveniente continúa. En síntesis, mientras que para unos la prioridad debe ser la lucha contra la inflación, aunque suponga una pérdida de puestos de trabajo, para otros el mantenimiento del empleo es un requisito imprescindible.

Las economías emergentes

JP Morgan pronostica una tasa de crecimiento en 2023 para los países emergentes del 2,9%, algo menor que en 2022. Este grupo de países excluyendo China crecerá al 1,8% y China lo hará al 4%.

Es posible que el crecimiento de China haya tocado techo (al menos por ahora). El envejecimiento de la población y la pirámide demográfica invertida comienzan a pasarle factura. Aunque la política de un solo hijo acabó formalmente en 2016 la natalidad no repunta. El gobierno se enfrenta a problemas acuciante en los sistemas de pensiones y salud.

Además, de acuerdo con una hipótesis que se va extendiendo, los cambios demográficos pueden alterar las prioridades de los gobiernos. A los jubilados les preocupa más cobrar su pensión que el (más difuso) crecimiento de la renta per cápita. Los gobiernos de países envejecidos, por tanto, tienden a concentrarse más en la gestión de las pensiones y del sistema sanitario, y relegan a un segundo plano las medidas de impulso al crecimiento vía reformas microeconómicas, inversión en educación o infraestructuras. Esta lógica puede aplicarse a China.

De acuerdo con las proyecciones de la ONU, India sobrepasará en población a China a mediados de abril de 2023. La política de control de la natalidad vía esterilización, impulsada sobre todo por Indira Gandhi, redujo la fertilidad en India aunque no tanto como en China. Es cierto que el PIB de China es seis veces mayor que el indio, pero el ímpetu de su crecimiento se está debilitando. En China dos tercios de la población en edad de trabajar forman parte de la fuerza de trabajo, mientras que en India la cifra es algo menos de la mitad. No obstante, del total del incremento previsto de la fuerza de trabajo mundial hasta 2050, India aportará una sexta parte. El nivel de escolarización y por tanto de productividad es menor en India que en China, pero India cuenta con la ventaja del idioma (buena parte de su población domina el inglés). Estos factores introducen dudas respecto a qué país liderará el crecimiento en Asia en las próximas décadas y sugieren que India alcanzará cada vez más protagonismo en el escenario económico mundial.

Respecto a América Latina, el contexto actual se mantiene en líneas generales. Los países se debaten entre el populismo de algunos regímenes y los lentos avances en la consolidación del estado de derecho y la estabilidad de las instituciones de otros. La inflación elevada, el dólar fuerte y el endurecimiento de las condiciones financieras no les ayudan.

Argentina se enfrenta a unas elecciones en otoño. Mientras tanto, la inflación sigue alta y la moneda local, el peso, muy depreciado. En el país existe cierta inseguridad respecto al tipo de cambio y la liquidez del peso y la fiabilidad de las transacciones financieras, aunque el crecimiento de la digitalización ha mejorado las cosas. El uso de tarjetas de crédito ha avanzado pero no está plenamente extendido en la economía; las tarjetas a veces no funcionan en las tiendas por razones misteriosas.

Conclusión

Se espera que 2023 sea un año menos turbulento que los anteriores, pero subsisten numerosos riesgos e incógnitas. El crecimiento será débil y los tipos altos. ¿Entrarán en recesión EEUU o Europa? La locomotora china se va agotando. ¿Tomará India el relevo? Pronto habrá transcurrido un año desde la invasión de Ucrania por Rusia. ¿Se acerca el desenlace de la guerra?

Es posible que los peores efectos de la pandemia y el ajuste subsiguiente hayan pasado, pero no lo sabemos con seguridad. Los precios de las materias primas se estabilizan, la subida de precios se frena en alguna medida, algunas economías emergentes se consolidan. Hay incertidumbre, pero también motivos para el optimismo.

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