Y ahora, el Trabajo de Fin de Grado. ¿Por dónde empiezo?

Supongamos que soy un estudiante en la recta final del Grado (o Master). Es posible que, a estas alturas del partido, lo que busque es ir cerrando frentes y rematar como pueda las asignaturas que me quedan. Pero ¡ay! Las autoridades educativas dispusieron que, para recibir el título, fuera necesario realizar un Trabajo de Fin de Grado o TFG (lo que diré es extensivo al Trabajo de Fin de Master o la tesina). Y no sé ni por dónde tirar. O sí lo sé, pero tengo multitud de dudas. ¿Por dónde empiezo?

Lo primero es motivarme

Mi primer dilema existencial es el mismo que el de tantos estudiantes en una situación similar. ¿Merece la pena dedicar tiempo al TFG o tesina? ¿No es mejor optar por alguna de las interesantes alternativas que se me presentan? Podría encargarlo a una de esas empresas online que producen tesis y TFG al peso y se anuncian con tanto empeño (tanto que nos llega la publicidad incluso a los profesores), o bien pedírselo a algún algoritmo de inteligencia artificial como Chat GPT, o reciclar uno de una prima mía, o proceder a una faena de aliño vía corta y pega de Wikipedia y un par de manuales…

Efectivamente, las posibilidades de subcontratación o externalización son tentadoras, múltiples y crecen al compás de los avances tecnológicos. No entraré aquí en argumentar si el TFG aporta mucho, poco o nada a los estudiantes. Más bien parto de esta premisa: para acabar el grado se precisa el TFG. Y una implicación, que se puede compartir o no, es la siguiente: puesto que hay que hacer el TFG, merece la pena hacerlo bien.

¿Por qué? Porque lo más valioso que llevaré en breve al mercado laboral será mi capital humano, mis conocimientos y mis habilidades, en competencia con muchos otros graduados de un sinfín de países (sí, ya todos jugamos en la liga mundial). Cuanto mayores sean mis conocimientos y habilidades, más alta será la probabilidad de llegar al trabajo deseado o, por lo menos, a un empleo que coincida parcialmente con lo que me gusta y sé hacer. Elaborar el TFG puede enseñarme muchas cosas y aumentar mi capital humano en unos aspectos que, por desgracia, no se trabajan demasiado en el resto del Grado. Quizá merece la pena que me motive y ponga ilusión ante este reto.

Lo segundo es entender qué me piden

Esto puede parecer trivial, pero no lo es, porque los profesores pueden enfocar la realización del TFG desde distintos ángulos, en función de la carrera de que se trate, su especialización y bagaje, las competencias que quieren reforzar, sus preferencias o las de los alumnos. Generalmente en las facultades se ofrecen distintas líneas, y cada una puede tener sus particularidades. A veces el tutor al frente de la línea que he elegido o me han asignado lo deja muy claro en la guía del curso, otras veces no.

Algo esencial para que el TFG llegue a buen puerto es saber el enfoque de la línea en la que estoy y conocer en qué coordenadas me muevo. ¿Qué objetivo se marca para sus alumnos mi tutor de TFG? ¿Qué tipo de trabajo busca? ¿Qué quiere que aprenda? ¿Cuál es el objetivo y cuáles son las restricciones en cuanto a plazo o extensión?

Por ejemplo, yo pido a mis estudiantes un informe para el Consejo de Administración de una empresa analizando los pros y contras de una determinada decisión. Puesto que es un informe para personas bastante ocupadas, que deben estudiar muchos temas, el informe debe ser conciso y escueto. Hay que dar solo la información necesaria, nada de paja. Lo que los destinatarios puedan ver fácilmente en Wikipedia, no lo añado. Yo no puntúo al peso. No es como un trabajo en secundaria, en donde debo poner todo lo que se sabe sobre Carlos III o la amanita phalloides.

Otros colegas piden un plan de negocio, o un plan de marketing, o la valoración de un activo financiero, o el estudio de un sector. Comprender el objetivo y las restricciones es ya es un paso en sí mismo. No es absolutamente evidente en todos los casos. Requiere algo de mi tiempo y esfuerzo, pero merece la pena la inversión de ambos.

Otro elemento esencial: la pregunta

Todo trabajo de investigación se sustenta en una pregunta, que ayuda a acotar y plantear el estudio. Un trabajo «sobre el crecimiento económico» está destinado al fracaso porque no será un trabajo de investigación sino un intento de tratado: pretenderá hablar de muchas cosas de un modo necesariamente superficial, y no aportará nada nuevo. En cambio, responder a la pregunta «¿ha crecido la eficiencia estimada mediante DEA en la industria biotecnológica europea en 2010-2020?» sí puede tener sentido (siempre y cuando no sea un tema demasiado manido, en el que esté todo, o casi todo, dicho).

Con otras palabras, investigar no es colocar en orden las piezas de un puzzle o un mosaico, sino resolver un crimen, ir haciendo y resolviendo las preguntas adecuadas, ir tirando del hilo para desentrañar una incógnita, como ya se comentó en este post.

Es frecuente que el estudiante que va a comenzar un TFG o TFM se marque un objetivo demasiado amplio y ambicioso y por tanto vago y difuso. El objeto debe estar bien delimitado. Es vital no caer en el síndrome de la enciclopedia.

¿Qué es el síndrome de la enciclopedia?

El síndrome de la enciclopedia, muy frecuente, consiste en querer abarcar demasiado y tocar muchos temas pero sin profundidad. El resultado es una síntesis, más o menos acertada, sobre un tema. Pero un trabajo de investigación tiene mucho más de análisis que de síntesis. No es un manual ni unos apuntes, no busca ordenar las ideas referentes a un asunto sino generar nuevo conocimiento, aunque sea un infinitésimo. Persigue descubrir, elaborar y transmitir algo que antes no se sabía, explorar un aspecto desconocido con profundidad de modo que, al término de la tarea, sea algo menos nebuloso y algo más entendido.

No se trata de añadir páginas indiscriminadamente, como no meto ropa de esquí en una maleta si voy a Bali. Hay restricciones: de espacio (como en la maleta), de extensión, del tiempo con el que cuento (normalmente no más de un cuatrimestre) o del tiempo de los supuestos destinatarios del informe, que asimismo es un bien escaso.

La argumentación

Un trabajo de investigación no solo aporta nuevo conocimiento: debe también mostrar que la nueva aportación es verosímil. Todos tenemos gran resistencia al cambio, los científicos no son una excepción. Par que la comunidad científica acepte y valide una contribución, debe estar convencida de que lo que se dice es como mínimo posible. Y eso implica seguir las reglas metodológicas de cada ciencia: entender e interpretar lo que dicen los datos estadísticos, o la experiencia con decenas de pacientes, o los experimentos, o la lógica de un razonamiento, o los resultados de las pruebas de carbono 14, o el análisis de un sinfín de muestras vegetales.

Es necesario argumentar con rigor, de modo ordenado y lógico, exponiendo lo seguro como seguro, la hipótesis como hipótesis, las conjeturas como conjeturas y las opiniones como opiniones.

Un apoyo importante son las referencias, es decir, lo que han dicho los que han trabajado antes sobre este tema. Por eso una forma de argumentar de modo solvente es decir: «uso este método que ya han empleado X e Y», «parto de este resultado al que llegó Z». No hace falta que avale lo que ya se da por sabido y/o es bien conocido en el ámbito, como el teorema de Pitágoras, el concepto de media aritmética o la estimación Tobit, solo lo que está en la frontera del conocimiento y no es todavía algo generalmente aceptado.

Argumentar con datos

Otro apoyo clave, sobre todo en las ciencias sociales y en muchas ciencias experimentales, son los datos, que no son un fin en si mismo sino un apoyo de la argumentación. En particular, los argumentos económicos se basan en gran medida en los datos. Por eso un TFG o TFM en algún ámbito de la economía tendrá un componente empírico considerable. Y por eso una tarea importante durante su elaboración es pensar qué datos necesito y cómo me apoyo en ellos.

Los datos, en general, son aburridos. Da pereza leerlos. Por eso es importante facilitar al lector que los asimile con cierta rapidez, mediante tablas y gráficos ordenados, intuitivos y atractivos. Lo visual se asimila más rápidamente, y con menos esfuerzo, por lo que es ideal para gente con poco tiempo, como los destinatarios del informe o los científicos de un área.

No suele ser obvio qué datos incluir, y qué tipo de gráfico es el adecuado. ¿Barras? ¿dispersión? ¿tela de araña? hay que dedicar tiempo a pensarlo y, en su caso, a aprender las herramientas adecuadas, muchas veces vía Google o You Tube. Si a través de un video de ocho minutos aprendo un nuevo tipo de gráfico y cómo hacerlo, he invertido ocho minutos de mi vida de un modo muy rentable.

En general, y dada su importancia actual, todo aquello que nos enseñe técnicas y competencias vinculadas al análisis y la gestión de datos nos va a ser muy útil en nuestro trabajo. Desde lo más complejo a lo más básico, desde programar en Python a importar desde csv. Evidentemente no todos necesitamos conocer todas las herramientas, pero sí estar familiarizados con las que son más habituales en nuestro campo de investigación o trabajo.

El estilo y el lenguaje

La regla de oro para el lenguaje técnico y científico es: sujeto, verbo, predicado. Al escribir un TFG o TFM en ciencias sociales o experimentales debemos olvidar los recursos literarios, las metáforas, las hipérboles y los cambios de orden, los gerundios y los adverbios, y buena parte de los adjetivos. No es el momento de hacer pinitos literarios ni emular a mi autor favorito. En todo caso, nuestro referente no debe ser Góngora sino más bien Azorín. Se parece más a la arquitectura sobria de El Escorial que a una fachada barroca o modernista (como la del Palacio Longoria, sede madrileña de la SGAE).

El lector debe entender pronto la idea principal, sin que tenga que buscar el verbo en los recovecos de una frase; el mensaje debe ser claro y directo. ¿Por qué? Nos guste o no, la lengua franca hoy en día en la ciencia y en la técnica es el inglés. El modelo no es nuestro siglo de oro sino el lenguaje científico, conciso y escueto de los anglosajones. Las lenguas que proceden del latín, como el castellano, italiano o francés, están llenas de hipérbaton, gerundios, oraciones subordinadas; las anglosajonas (ingles o alemán) no. Por eso son tan útiles para el lenguaje científico o técnico. Emplean pocos adjetivos y adverbios. El estilo es terso y va al grano. Escribir así es más difícil de lo que pensamos porque nuestro pensamiento no es necesariamente lineal y secuencial sino caótico, y podemos tener la tentación de embellecerlo con adjetivos. Sería un error. Lo que es adecuado en un concurso de poesía no suele serlo en un informe o trabajo de investigación, que requiere un uso correcto de la lengua, una prosa bien escrita, pero sucinta.

La estructura, el formato y la presentación

Por las mismas razones la estructura normalmente será lineal, sin los flashbacks del cine contemporáneo. El objetivo del informe, la pregunta de investigación aparecerán ya en la introducción. La conclusión expondrá con claridad lo que hemos aprendido, el elevator pitch (mensaje del ascensor). A veces es útil añadir con honestidad las limitaciones del trabajo, así como lo que no está claro y se analizará en la investigación futura (propia o ajena).

No es fácil el equilibrio entre «vender» lo que hemos hecho destacando nuestra contribución, y la honradez de no sacar conclusiones que el trabajo no fundamenta, pero debemos aspirar a lograr ese equilibrio.

Las referencias en el texto y en el listado del final deben ser correctas, un mapa o correspondencia 1:1. La práctica habitual consiste en listar al final la cita completa de las referencias en el texto, y al revés, no debe listarse al final lo que no está referenciado en el texto (no obstante, caben excepciones en algunos tipos de trabajos o áreas en los que no entraré).

Un formato homogéneo, pulcro, agradable de leer, consistente (con el mismo tipo de letra, encabezamientos y citas) transmite solvencia. El desaliño, el descuido y la abundancia de erratas, en cambio, no inspiran confianza ni ayudan a generar credibilidad.

 Y al final…

La última etapa, recibir la crítica o feedback, es también fundamental. Aceptar de buen grado las sugerencias, correcciones y observaciones sin ponerse a la defensiva puede no ser fácil en ocasiones, pero es importante recordar que no estamos en un duelo dialéctico con el tutor. Seamos prácticos, vayamos a aprender, no a recibir palmaditas en la espalda. Todos nos hemos creído merecedores del Pulitzer con nuestro primer texto y nos hemos venido abajo al ver los tachones; todos aprendemos por prueba y error.

Si vamos a emplear tiempo en el TFG o TFM, tratemos de sacarle todo el partido posible. Puede ser muy rentable. Quizá no dará lugar a una gran nota, o quizá si, pero aumentará nuestro capital humano y cualificación. Seremos profesionales más valiosos y competentes.

Esta entrada ha sido publicada en Economics, Investigación, Recursos para estudiantes, Uncategorized, Universidad y etiquetada como , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario